Revista IEU Universidad
Título del trabajo:
La carne de perico rejuvenece
Autor:
Guadalupe Rivera González
Afiliación institucional:
Instituto De Estudios Universitarios
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La carne de perico rejuvenece
Me salí de mi casa por cuestiones personales y decidí rentar un departamento de acuerdo con mis posibilidades, no ganaba mucho, apenas si tenía para comer, pero seguir viviendo en la casa paterna era algo insoportable.
Mi nuevo hogar contaba con una recámara, sala comedor y una cocina que sólo le cabía una mesa, una estufa de esas que únicamente tienen las parrillas y un frigobar, no pedía más era la mujer más feliz del mundo.
La casa estaba muy iluminada, eso era lo que yo quería, ver luz, sol, respirar aire sentirme libre y sobre todo mirar la luna todos los sábados a primera hora; pacto que había hecho con un amigo al que amé con locura pero que un día cualquiera se fue sin decirme adiós.
Eso de amar con locura nunca lo supo porque siempre lo amé en silencio y solo me conformaba que fuera mi amigo, pero al ver la luna era como si él estuviera ahí tomándome de la mano como lo hacía o platicándome de sus aventuras juveniles.
Pero no quiero hablar de amor, ni mucho menos de él, sino de lo que me sucedió en mi nuevo hogar. Quiero contarles que de toda la casa lo que menos me gustaba era mi recámara, pues ésta no se comparaba con la que tenía en casa de mis padres, pues aquella era grande, confortable y se respiraba tranquilidad, al menos ahí.
Mi nuevo cuarto era chiquito al que solo le cabía un catre de mala muerte y un ropero viejo que alguien me había regalado, tenía una ventana donde se veía el edificio de enfrente, sino lo he dicho era un condominio de esos donde vive tanta gente, pero no me importaba, pues todo eso era mío.
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Todas las noches, después de ver la luna me sentaba a escribir, pues ese era mi pasatiempo y de eso vivía, había estudiado una licenciatura en humanidades pero era de ésas donde nunca iba a hacerme rica, reproche de mis padres, pero estaba contenta porque contaba con un acervo cultural distinto a los demás, aunque nadie lo reconocía.
La lectura me había abierto las puertas de un mundo fantástico, de un mundo mágico maravilloso donde me permitía envolver con mis letras a todos aquellos que me seguían por afición, era novata en este menester pero tenía un no sé qué que les gustaba a los demás y empezaban a comparar mis cuentos, así como mis novelas.
Cierto día me encontraba escribiendo una novela pero el calor era sofocante, era una tarde de verano, así que me levanté de mi silla y fui a la cocina para tomar un vaso con agua y al regresar para seguir con mi labor, escuché un grito desgarrador que me asustó y corrí a la ventana para ver de dónde provenía pero no había nada, así que cerré y regresé a mi asiento.
Ese mismo sonido lo volví a escuchar días posteriores, para ser exacta fue a las tres de la madrugada, pero ahora sí pude percibir que era de un ave que lanzaba gritos de lamento y minutos después todo quedó en silencio.
Curiosamente me asomé a la ventana de mi cuarto pero lo único que pude ver fue a una viejecita que se encontraba en la cocina comiendo un caldo, me pareció tan extraño que a esa hora alguien estuviera comiendo, por lo que no le di importancia y regresé a mi cama.
Es evidente que después del susto pudiera dormir, así que tomé mi novela y me puse a escribir el capítulo tres donde el detective Gumersindo Pérez había encontrado huellas de sangre impregnadas en la pared del hotel de paso.
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Quiero decir que de niña me gustaba jugar con mi hermano a los detectives, así que siempre me gustó leer novelas policiacas, uno de mis autores favoritos fue y sigue siendo James Ellroy, con su novela The Black Dahlia, nunca me he cansado de leerla.
Incluso cuando leí por vez primera la trama creí ser Bucky Bleichert, policía joven asignado para resolver esta trama de suspenso, me imaginaba cómo encontraba el cadáver descuartizado y brutalmente mutilado de una mujer, la cual había sido torturada durante días.
En la mañana muy temprano me dirigí a la editorial para llevar los dos primeros capítulos de mi novela policiaca y al atravesar la calle me topé con la anciana que había visto en la madrugada, era fea, jorobada y flaca, tenía aspecto de bruja pues usaba uñas demasiado largas y afiladas, el cabello canoso lo tenía largo y enmarañado tenía un olor fétido apenas me sonrió.
Desconcertada medio le incliné la cabeza y le di los buenos días, ella apenas balbuceó algo que no entendí pero lo di como la respuesta a mi saludo; sin embargo, no me quitó la mirada de encima hasta que abordé el autobús, eso me causó curiosidad y me propuse aplicar mis dotes detectivescas.
Llegué al departamento ya entrada la noche, pues me había pasado la tarde con unos amigos, entré a mi cuarto y antes de encender la luz miré por la ventana para ver al mismo tiempo la cocina de la vieja, pues recuerden que empezaba mi investigación, y lo que vi me causó intriga; encima de una mesa mugrosa se encontraban plumas verdes, lo que deduje que se trataba de un ave pero no sabía de qué tipo.
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Me encontraba estupefacta cuando de pronto se asomó la anciana y con mirada amenazadora cerró de golpe las cortinas y apagó la luz, mismo que no pude mirar nada y quedé más intrigada que de principio. Esa noche no pude dormir, pues esperaba los lamentos del ave, sin embargo nunca llegaron y me dormí a las seis de la mañana desilusionada y triste por mi fracaso detectivesco.
Dormí toda la tarde pues no tenía nada qué hacer, por la noche salí a comer unos tacos pero al regresar, adrede no prendí la luz del departamento, escuché los gritos lastimeros de un ave y sigilosamente fui a la ventana de mi cuarto alcé despacio la cortina, esperé unos minutos y acto seguido apareció la vieja.
Esa noche vestía de negro y llevaba el pelo suelto lo que le daba apariencia de bruja mala, tenía la mirada clavada en algo que no podía ver porque la ventana la cubría casi toda, pues solo media 1:30 de estatura; sin embargo, después de cinco minutos soltó una carcajada que me heló el alma y casi pierdo el conocimiento.
Antes de relatarles lo que vi quisiera decirles que en un bracero había un caldero hirviendo, un hacha y tijeras de las que cortan el pollo, en el fregadero se encontraba sangre y plumas verdes y amarillas esparcidas por la cocina.
Tuve que taparme la boca cuando vi cómo degolló a un pobre perico desplumado y lo agarró de las patas, lo alzó, abrió la boca y esperó que la sangre le callera en la lengua, ésta le escurría por el cuello y con la otra mano se untaba la cara y el pelo, acto seguido reía como loca haciendo muecas, retorciéndose de gozo; después de haber bebido la sangre aventó al ave al agua hirviendo.
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Después de varios minutos lo sacó con un cucharón y de un jalón le arrancó una pata con todo y hueso se la comió, después un ala; a su lado había un gato flaco y pulgoso que maullaba lastimosamente pidiéndole de comer, pero en lugar de hacerlo le propinó una patada al pobre animal que lo dejó revolcándose de dolor.
Lo que más me dio asco es ver cómo se comió las vísceras, es decir sacó los intestinos y como si fuera espagueti los succionó y se los tragó de un solo bocado, la hiel le corría por las comisuras de la boca deforme y sin dientes; vomité no sé cuántas veces y eso hizo que ella se diera cuenta que yo estaba escondida observándola, así que se asomó por la ventana y con una sonrisa diabólica me ofreció el pescuezo del perico, me retiré de la ventana y corrí hacia la puerta para salir de ahí pero me desmayé.
Después de varios días de asco y rabia, porque estas aves están en peligro de extinción, busqué otro departamento; años más tarde platicando con una persona adulta mayor me contó que para conseguir la vida eterna, así como la salud tienen la costumbre de comer la carne y sangre de perico.
Ahora que tengo 60 años no me animo a hacer esta locura, pues me da nostalgia matar a estas aves inocentes, hay que aceptar lo que Dios nos da y no alterar el proceso de la naturaleza queridos amigos, aunque quizá…
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